En nuestros procesos mentales la razón y la emoción trabajan juntas, diferentes estructuras cerebrales permiten la interacción de ambas, la corteza pre-frontal está implicada en lo que tiene que ver con la toma de decisiones y el razonamiento, mientras que la amígdala y el hipocampo son responsables de las emociones.
Originalmente las emociones eran meras respuestas instintivas simples, que permitían huir de peligros o acercarse a elementos beneficiosos, con el paso del tiempo estas respuestas se fueron haciendo más complejas y eficaces.
Todos los humanos, sin importar nuestra raza, cultura o el país en el que vivamos, reconocemos una serie de emociones básicas:
Ira: provoca contracción de los músculos, aceleración cardiaca y segregación de adrenalina. Nos prepara para luchar y defendernos.
Miedo: hace que nos escondamos o que salgamos huyendo, sirve para advertirnos de una amenaza.
Asco: nos protege de venenos o alimentos en mal estado que pueden dañar nuestra salud.
Tristeza: nos informa de las pérdidas importantes que hemos sufrido y además sirve para que los demás vean que necesitamos ayuda.
Sorpresa: ante un estímulo inesperado, positivo o negativo, hace que nos detengamos para poder elegir nuestra respuesta.
Alegría: nos produce una sensación de bienestar, seguridad y euforia que hace que queramos reproducir esa situación.
Cada vez que sentimos una emoción se ponen en funcionamiento multitud de mecanismos, se activan nervios, se liberan hormonas, se acelera el ritmo cardíaco… todo nuestro cuerpo se moviliza, preparándonos para la situación que anuncia dicha emoción, todo esto sucede antes de percibirla de una manera consciente en forma de sentimiento.
En Septiembre de 2007 la revista Nature Neuroscience afirmaba que “la calidad de vida de un individuo depende de su capacidad para sentir las emociones de forma adecuada y para regularlas en respuesta a las circunstancias estresantes”
No se trata de reprimir o controlar nuestras emociones, no debemos anular nuestros sentimientos y ser únicamente racionales aunque tampoco podemos convertirnos en seres puramente emotivos, deberíamos conseguir el equilibrio emoción-razón. La razón nos ayuda a gestionar adecuadamente nuestras emociones, expresándolas de la forma adecuada, es la llamada inteligencia emocional, la base de los sentimientos positivos.
Las emociones y los sentimientos constituyen una parte esencial de la vida, los sentimientos influyen en la razón y la razón en los sentimientos.
Los pensamientos (la razón) son procesos complejos mediante los cuales ordenamos, damos sentido e interpretamos la información disponible en el cerebro, algunos son el resultado de un sentimiento, en otros casos es el propio pensamiento el que influye en el sentimiento y produce una emoción.
¿De qué depende que tengamos un tipo de pensamiento u otro?
Nuestros pensamientos son afectados por la realidad externa, acontecimientos que podemos observar, medir o cuantificar y por la realidad interna, sentimientos, recuerdos, creencias, expectativas, etc.
Generalmente no podemos cambiar los acontecimientos externos, aunque sipodemos cambiar y manejar nuestra realidad interna, podemos decidir qué pensar y a qué queremos dar más importancia, en función de la interpretación que demos a un sentimiento tendremos un pensamiento diferente y nuestro estado de ánimo se verá afectado. A manera de ejemplo, la misma situación externa, la lluvia, puede producir dos posiciones distintas: ¡Qué mala suerte, y yo sin paraguas ¡ o ¡Hacía tiempo que no llovía, qué bien para la sequia¡
Algunas veces experimentamos pensamientos automáticos, intrusivos y dañinos, estos también pueden ser modificados mediante entrenamiento.
No olvidemos que emoción y razón son procesos inseparables por lo que necesitamos equilibrar ambos procesos para tener vidas satisfactorias.